Asegura que lo que más le sobrecoge al pensar en su futuro ministerio sacerdotal es que a través de él Dios pueda perdonar los pecados de quien se acerque al sacramento de la Penitencia, sobre todo después de los últimos meses, en los que como diácono ha estado cercano a quien sufre la pérdida de un ser querido.
De familia creyente dio sus primeros pasos en la parroquia de San Vicente de Paúl de Cartagena, allí fue creciendo su fe a través del voluntariado en Cáritas, como catequista y en el coro. Sintió que Dios le llamaba de una forma especial y habló con su párroco porque quería ser misionero. Marchó entonces a Zaragoza y después a Teruel, donde estuvo interno tres años en el preseminario de los paules estudiando teología.
Tras ese tiempo regresó a Cartagena sin tener claro qué era lo que Dios quería de él. En un primer momento quiso desvincularse de la parroquia pero allí mantenía a sus amigos y lo llamaron para sustituir a una catequista, por lo que volvió a involucrarse en la actividad parroquial y continuó con un grupo de confirmación.
Asegura que todo cambió en una penitencial en Cuaresma: “Mientras el resto de jóvenes se confesaban, yo aproveché para poner orden en mi vida, para ponerle nombre y apellidos a todo lo que sentía… Al terminar resonaba en mí una sola palabra, seminario”. Volvió a hablar con uno de los paules y durante un año buscó otras opciones, dedicando más tiempo a la oración y participando de la Eucaristía a diario.
En el verano de 2011, durante los Días en las Diócesis, trabajó como jefe de voluntarios en su parroquia. Terminados estos días y la JMJ llamó al rector del Seminario Mayor San Fulgencio y en septiembre comenzó el Preseminario, todavía con la duda de si sería sacerdote diocesano o misionero. Durante los ejercicios espirituales de Adviento sintió que Dios le llamaba al seminario diocesano.
Comenzó su vida como seminarista mayor el 13 de febrero de 2012, por sus estudios previos entró directamente a tercero. “Ha sido un tiempo de altibajos, se vive todo de una forma muy intensa. Quinto fue un año muy duro, porque se toman las grandes decisiones. Aprendes a ponerte en el lugar del otro”.
Su primer año de pastoral fue en la parroquia de San José de Sangonera la Seca, “tengo un recuerdo precioso de esa parroquia, es un pueblo entrañable”. Después estuvo como monitor del Seminario Menor San José, un tiempo que asegura le ayudó a tener un trato cercano con los seminaristas menores. Su paso por la parroquia de Santiago el Mayor de Totana dejó huella en él: “Me encantó, me sentí como en casa. Es un pueblo grande pero tranquilo, con mucha vida parroquial. Trabajé mucho en Cáritas y en con los pre bautismales”.
El diaconado lo ha realizado en la parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Torre Pacheco: “He aprendido mucho. Me ha encantado la comunión que hay entre los dos sacerdotes, todo lo hablan. La comunidad es impresionante, viva. La gente está muy implicada, su vida es la Iglesia”. Nacho asegura que el diaconado ha sido una oportunidad para empatizar con la gente, incluso en los momentos más difíciles, como en los entierros: “Eres transmisor de la esperanza de Jesús. Cuando ven que tú te lo crees les hace mucho bien”.
A los jóvenes que creen sentir la llamada al sacerdocio, Nacho les dice que Dios “quiere nuestra felicidad y llama para ser feliz, con mi edad ni se me pasaba por la cabeza ser cura… pero me di cuenta de que si no era esto no sería feliz. Si es lo que quiere Dios, adelante”.
Con 33 años, este sábado recibirá el Orden Sacerdotal en la parroquia de San Fulgencio de Cartagena, a las 11:00 horas. Y presidirá su primera Misa el domingo en la parroquia de San Vicente de Paúl, a las 10:30 horas, un momento importante que compartirá de forma especial con una de sus sobrinas, a quien dará de comulgar por primera vez.